ART Y CINE-ARTE
"Te doy mis ojos"
Una película imprescindible
CRÍTICA porDavid Garrido
En ocasiones hay películas cuyo valor obje-tivo va mucho más allá de la brillantez de su puesta en escena o de un envoltorio formal más o menos cuidado y reside en la impor-tancia de la temática que trata o en la valentía de atreverse a mirar desde ángulos insospe-chados las muchas miserias que se escon-den en nuestra vida cotidiana. En el cine es-pañol tenemos unos cuantos ejemplos recien-tes ("Solas" de Benito Zambrano o "Los Lu-nes" al Sol de Fernando León de Aranoa) de películas que extraen de la re-alidad del día a día y de la atención al pequeño detalle una actitud vital y un fuerte compromiso moral que no aboga tanto por los grandes e inalcanza-bles ideales como por poner la cámara bien asentada en la tierra y, con humildad, retratar certeramente la dificultad del vivir diario.La corta filmografía de Icíar Bollaín se inscribe plenamente en esa ten-dencia ("Hola ¿Estás Sola?" era un retrato del desarraigo juvenil y "Flores de Otro Mundo" una cruda advertencia sobre la inmigración) y con esta "Te Doy Mis Ojos" da un paso adelante al afrontar un tema tan espinoso y so-brecogedor, tan de actualidad (aunque no nos engañemos, el problema vie-ne de siempre) como es el de la violencia de género. Ya en el año 2000 Bollaín había realizado un corto, "Amores Que Matan", también protagoni-zado por Luis Tosar, en el que demostraba su inteligencia al abordar esta cuestión desde el punto de vista más arriesgado y, sin duda, difícil: el de intentar averiguar qué pasa por la mente de aquel que maltrata; conseguir comprender, que no justificar, lo que hace que un hombre sea capaz de machacar a su pareja.
(“Hace mucho que no me regalas nada.” – “Dime lo que quieras y yo te lo doy.” – “Todo, lo quiero todo. ¡Me lo tienes que dar todo!”)
"Te Doy mis Ojos" se sitúa desde un pri-mer momento en el punto de más difícil equilibrio y es muy de agradecer la serie-dad y la absoluta falta de maniqueísmo con la que Icíar y su co-guionista Alicia Luna afrontan la historia que tienen entre manos, pues ahí es nada obligar al especta-dor a que huya de la salida tan inevitablemen-te fácil que supone en estos casos solidari-zarse plenamente con la víctima y olvidarse de cualquier otra consideración, que al fin y al cabo es lo que usted, yo o cualquiera haría en una situación que ni pode-mos ni queremos comprender. Bollaín nos obliga con su película a hacer un mayor esfuerzo intelectual, a pensar, a entender no sólo las razones por las que una mujer es capaz de atravesar todo un infierno con la esperanza de volver a ver en el marido que ahora la maltrata al hombre de quien se enamoró y al que aún ama, sino también todo aquello que provoca en un hombre enamorado de su pareja esa injustificable agresión."Te Doy mis Ojos" se revela como una película que provoca un alto grado de incomodidad en el espectador, posiblemente porque Bollaín es perfec-tamente consciente de que no necesita mostrar la violencia en sí y ni mucho menos recrearse morbosamente en ella, sino que le basta con mostrar sus consecuencias y dejar que el espectador ate los cabos por sí mismo con la información que todos disponemos sobre este tema. Así, cuando asistimos en la primera secuencia a la desesperada huida del domicilio familiar de una despavorida Pilar (Laia Marull, impresionante tan-to por su variedad de registros como por la intensidad emocional con la que dota a su personaje) y su hijo, con el estupendo recurso de guión de la de-soladora frase “¡Que me he venido en zapatillas!” mientras rompe a llorar en brazos de su hermana, intuimos a la perfección el infierno del que viene hu-yendo sin necesidad de visualizarlo.
“Un encuentro de dos: / ojos en los ojos, / cara a cara. / Y cuando estés cerca, te arrancaré los ojos / y los colocaré en el lugar de los míos. / Y arrancaré mis ojos / para colocarlos en el lugar de los tuyos. / Entonces te veré con tus ojos / y tú me verás con los míos
La primera aparición de Antonio (un no me-nos magnífico Luis Tosar, capaz de dotar de humanidad y complejidad a un personaje tan a priori despreciable) nos confirma plenamen-te el territorio en el que nos estamos movien-do. Es impresionante la secuencia de la con-versación a través de la puerta, en la que que-dan claras varias cosas y establece el tono de la película: primero, el amor que ambos sienten el uno por el otro; segundo, la lucha interior de Pilar, incapaz de vencer el profundo miedo que le inspira el hombre que quiere, pese a que todo su ser quiere creer sus buenas palabras; tercero, los esfuerzos de Antonio por controlar su ira, el abismo al que se aboca cuando ve que se hace realidad lo que más teme, que no es otra cosa que la mujer que ama le abandone y el ser incapaz de no recurrir a la violencia cuando ve que todo escapa a su con-trol.Con estos mimbres, Bollaín construye una película compleja que ahonda en lo que en el fondo es una historia de amor. Terrible, por supuesto, pero historia de amor al fin y al cabo, donde ambos per-sonajes luchan consigo mismos para recuperar esos breves instan-tes de felicidad que les llevaron a ser una pareja. La cámara sobria de Bollaín sigue a los dos y a aquellos que les rodean en su peripecia vital púdicamente, siempre desde el respeto y desde la necesidad continua de comprender. Así, acompañamos a Antonio en su paso por un grupo de te-rapia masculina que le ayude a controlar su ira y, lo más importante, a comprender por qué hace lo que hace. Resulta interesante comprobar có-mo, con gran inteligencia, Bollaín introduce en esas sesiones algunas si-tuaciones que mueven a la sonrisa cómplice por la manera en que los hom-bres se enfrentan a sus relaciones con la mujeres; sonrisa que se congela en el mismo instante en que uno cae en la cuenta de que esa ignorancia, aparentemente divertida, no es sino otro síntoma del problema. Pero lo más importante es que Antonio toma conciencia durante estas sesiones de quién es en realidad, de que en el fondo no es nadie y de que, en este caso, la violencia no tiene como objetivo ejercer un poder absoluto, sino que es más producto de la impotencia que le produce su propia anodina existencia.
Por su parte, la visión del personaje de Pilar no es tan positiva como podría pen-sarse, a pesar de que cuenta de antema-no con la adhesión incondicional del es-pectador. La película incide muy particular-mente en esa idealizada idea de lo amoroso que engaña a muchas de las víctimas de los malos tratos y que llevan una y otra vez a las víctimas de las mismas a volver con sus pare-jas maltratadoras. Es encomiable la manera en que Bollaín filma la progresiva toma de conciencia de sí misma de Pilar, que se re-descubre a través de su trabajo (hermosa se-cuencia aquella en la que explica un cuadro a un grupo de turistas mien-tras Antonio la observa, fascinado, oculto entre ellos, revelando tanto al es-pectador como al propio Antonio su nueva faceta) a la vez que se reafirma ante esa hermana que es incapaz de ayudarla porque no ve los matices que separan el blanco del negro (una excelente Candela Peña que nos representa un poco a todos los que vemos este problema “desde fuera”, sin intentar comprenderlo) y una madre consentidora y preocupada por las apariencias (una Rosa Mª Sardá que interpreta al único personaje algo tó-pico en una galería de caracteres complejísimos). En cierto modo, y eso lo comprende mucho antes Antonio que la propia Pilar, la toma de conciencia de sí misma y su consecuente capacidad de ser libre es lo que provoca la impotencia de Antonio, que sólo puede recurrir a la fuerza para intentar re-tenerla, antes de que, como él teme constantemente, encuentre a alguien mejor y le abandone.La violencia doméstica que Bollaín retrata en "Te Doy Mis ojos" es siempre mucho más sugerida que vista, pero está tratada con tal contundencia que convierte la experiencia de ver la película en al-go realmente incómodo y difícil de soportar. No hay sangre, no hay golpes, pero sí hay una destrucción sistemática del yo interior de Pilar (fan-tástica secuencia aquella en la que ésta acude a denunciar a Antonio a la policía y éste sólo sabe preguntar donde están los daños físicos que ella pretende denunciar, mientras Pilar no consigue hacerle comprender que la ha “roto por dentro”, mucho más profundamente que cualquier herida física) que alcanza su culmen en una sobrecogedora secuencia, la brutal escena del balcón en la que la violencia alcanza su grado máximo, la repugnancia moral del acto provoca que apenas pueda uno mantenerse en la butaca y el gesto angustiado, desesperado de una Laia Marull impresionante provo-ca todo tipo de sensaciones en el espectador.
"Te Doy mis Ojos" es pues una película imprescindible, de visionado obligado para cualquier persona con un mínimo de sensatez y conciencia social, desprovis-ta de todo maniqueísmo. Un atroz y certero diagnóstico expuesto con atención al detalle, con madurez creativa y que se sustenta en un guión excelente y unas interpretaciones magníficas y sobrecogedoras. Afronta con va-lentía un problema delicado no desde la abs-tracción o la generalización, sino desde la fuerza de la exposición de un caso concreto, que narra con sus contradicciones y sus in-coherencias sin caer en ningún momento en la más mínima ambigüedad moral. Es cine que consigue el milagro de mostrar la vida con todo lo que conlleva: hay momentos para emocionarse, llorar e incluso sonreír y dejar-se llevar por los breves instantes de felicidad de esa pareja; cine en el que uno no ve personajes, sino personas reales, cercanas, a las que puede comprender aun dentro de su monstruosidad. Toda una lección de vida que no podemos ni debemos olvidar, pues la ignorancia o la falta de compren-sión de estos hechos ayudan no poco a que se perpetúen. Y ante esa po-sibilidad, todos debemos estar más que atentos.
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